lunes, 8 de febrero de 2016

Investigar es irradiar el saber para bien del ser humano, también en Teología. El Instituto Superior de Ciencia Religiosas de Córdoba “Victoria Diez”.

Juan Pablo II señaló que “de quien trabaja en el ámbito de la investigación científica dependen en gran parte la renovación de nuestra sociedad y la construcción de un futuro de paz mejor para todos”1. No suelen ser conocidos, fuera de los ámbitos académicos, los esfuerzos realizados por los centros universitarios de la Iglesia Católica en las diversas instituciones académicas que tiene, ni voy a hacer ahora un listado de las grandes aportaciones de cualificados y consagrados teólogos, pero sí quiero recabar la atención sobre aquellos hombres y mujeres católicos que, día a día, compatibilizando en un considerable esfuerzo con su vida familiar y laboral, se esfuerzan no sólo por estudiar y saber dar una respuesta razonada sobre su fe, sino que contribuyen a ese cachito de bien por la paz y la humanidad desde su investigación concreta en alguno de los campos que le ofrecen las instituciones docentes de ámbito superior, como ocurre en Córdoba.

El Instituto Superior de Ciencias Religiosas “Beata Victoria Diez” de Córdoba es un centro que imparte el Grado en ciencias religiosas, tiene reconocimiento civil y ya cuenta con un buen número de alumnos que, al terminar sus estudios, van presentando sus trabajos de investigación. El Instituto inició su andadura en el curso 2005-2006 ofreciendo formación teológica y universitaria de grado superior, de modo que mediante una reflexión sólida, metódica, sistemática y científica de la fe cristiana los católicos podamos dialogar con las diferentes corrientes de pensamientos que se dan en otras religiones, en filosofía, en la historia o en cualquiera de las otras ciencias humanas. En definitiva, capacita para poder elaborar una síntesis entre la fe y la cultura en las circunstancias singulares de las iglesias particulares y promover la búsqueda de respuestas a los interrogantes humanos.

Entre los fines del Instituto, como tarea esencial propia de toda universidad, están la docencia y la investigación, pero sobre materias específicas de una Universidad Católica como son las Ciencias Religiosas, el Cristianismo y las religiones, la Teología Pastoral y la Pedagogía Didáctica de la Religión. Además de su dimensión docente, el Instituto ha promovido la investigación de diversos temas de interés, vía trabajos de diplomatura o tesis de licenciatura, contando ya con un significativo número de aportaciones. De este modo se revela, a la vez que se inserta en la gran corriente de las universidades católicas, como un centro de creatividad y de irradiación del saber para el bien de la humanidad que indicara Juan Pablo II en la Constitución Apostólica Ex Corde Eclesiae de 15 agosto de 19902.

El Instituto se inserta en el proyecto cultural de la Iglesia de Córdoba porque, como señala el obispo de Córdoba, don Demetrio Fernández, en su Carta pastoral de comienzo de curso 2015-2016, en un mundo plural que está sediento de Dios la Iglesia sigue sensible a la cultura como lo fue en otros tiempos históricos. Y esto es algo de lo que nadie debe extrañarse dado que el fin de la Iglesia es la evangelización y como herederos de una historia de amor de Dios con su pueblo, el Pueblo de Dios, al enseñar nuestra historia, enseñamos lo que Dios ha hecho en ella3.

De la primera promoción de alumnos del Instituto salieron una serie de tesis de licenciatura que se publicaron inmediatamente como las de Vida trinitaria y oración contemplativa en San Juan de la Cruz de Cecilia de Novales Añibarro; La Iglesia en Benamejí (1854-1858) de José María Velasco Cano; La dimensión personal del embrión humano de Concepción Iglesias Ortiz; “Caritas in veritate” y el compromiso por el trabajo humano y el desarrollo humano de Mª Carmen Martínez. Otras quedan pendientes de publicación, como las de Pilar Fonseca Jeremías sobre Educación y Educadores católicos: características y perfil, y Ana María Jiménez López que abordó el tema “Uno en Cristo Jesús” (Ga 3,28) La igualdad hombre y mujer en las comunidades paulinas. Breve estudio comparativo sobre el tratamiento de la mujer en el mundo grecorromano (s. I A.C.) Sociedad civil versus Iglesias de San Pablo.

Más recientemente se han defendido trabajos de investigación realizados por los alumnos que terminaron su licenciatura: en septiembre de 2015 Rafael Rueda Jarit lo hizo sobre el tema La realeza de la Virgen María en Córdoba y en diciembre, un mes rico en la lectura de tesis de licenciatura, expusieron sus trabajos Juan Enrique Redondo Cantueso sobre La alfabetización religiosa en el camino de la nueva evangelización: claves educativas frente al analfabetismo religioso desde la enseñanza religiosa escolar; Asunción Saint-Geron Bernadó sobre El obispo de Córdoba Pedro Antonio de Trevilla y su adhesión a José I: consecuencias políticas y judiciales. 

Muchas personas, católicos o no, creyentes o no, se preguntarán ¿Y todo esto para qué sirve? No es fácil en dos líneas explicar la importancia de la investigación en cualquier campo del conocimiento y cómo la historia avanza sobre sus aportaciones. Y en cuanto a la investigación teológica y de ciencias religiosas, sinceramente creo que ante la brecha existencial que atraviesa al ser humano contemporáneo, aparentemente dueño de si mismo, libre e independiente y permanentemente insatisfecho y más infeliz de lo que se cree, los estudios religiosos y teológicos ayudan a la comprensión de la propia realidad humana y dan respuesta a ese gran vacío interior que suele ser una de las características del hombre actual. Al menos esa ha sido mi gran experiencia personal. En otro momento iré desgranando qué aportan al bien general del ser humano, cada una de estas investigaciones.



1 Juan Pablo II. Discurso de Juan Pablo II durante la inauguración solemne del año académico en la Universidad de Roma III, jueves 31 de enero de 2002, L'Osservatore Romano 8-02-2002

2 Juan Pablo II, Constitución Apostólica Ex Corde Eclesiae, 15 agosto de 1990.


3 Demetrio Fernández González, obispo de Córdoba. “Yo confío en tu misericordia”(Salmo 13, 6). Año de la Misericordia. Carta pastoral al inicio del curso 2015-2016. Córdoba • 1 de septiembre de 2015, pp. 54 y 55.

sábado, 2 de enero de 2016

Los valores escondidos en El puente de los espías

Escena de la película con Marck Rylance y Tom Hanks
El puente de los espías (Bridge of Spies) es una producción norteamericana de 2015(1), basada en hechos reales, que narra como a un abogado neoyorquino, James Donovan, miembro de un prestigioso bufete y especializado en el tema de seguros, se le encarga, en plena Guerra Fría, la defensa del espía soviético Rudolf Abel, detenido en 1957. Poco después del juicio, el 1 de mayo de 1960, un avión espía norteamericano U-2 es derribado en territorio de la Unión Soviética y el piloto Francis Gary Powells capturado, hecho que el gobierno de los Estados Unidos llegó a negar, pero la CIA entra en contacto con Donovan y le encarga la negociación del rescate, para lo cual Donovan se traslada a una Alemania dividida en la que se está levantando el muro de Berlín en 1961.
La crítica cinematográfica la califica desde obra maestra a excelente pero no tanto, un ejercicio de gran cine por parte de un director que sabe narrar y crear clima de forma peculiar y brillante, es seria y apasionante, entretenida a la vez que transmisora de valores que indagan en la humanidad de los héroes. Sobre los valores cinematográficos hay espléndidas críticas que se pueden encontrar en Internet, pero yo quiero resaltar los aspectos que a mí me han gustado más.
Podríamos recrearnos en la reflexión sobre el avasallador poder de lo “políticamente correcto”, ya sea en los capitalistas EE. UU. o en la comunista U.R.S.S, un país con constitución, otro, sin ella, sobre cómo todo el aparato judicial puede sucumbir a la presión de los medios y a la supuesta opinión pública hábilmente conducida desde la cima del sistema. Pese a toda corrupción política y judicial, pese a todo, siempre hay gente que es capaz de ir contra ese “políticamente correcto” porque en su condición humana lleva indeleble el sentido de la justicia, que no es lo mismo que la legalidad. Es lo que hace de un normal padre de familia y buen profesional un “héroe”.
El agente soviético Abel Rudolf y el actor Mark Rylance
La sincera y austera amistad que surge entre dos hombres con dos concepciones del mundo no solo diferentes sino en aquel momento histórico totalmente contrapuestas y antagónicas, basada en el respeto mutuo a sus diferentes modos de pensar, no hay diatribas ideológicas entre ellos, a la fidelidad a sus propios principios, a una coherencia personal que se mantiene aún en los momentos duros, difíciles, en los que se pone en la balanza la propia vida. Donovan siempre alega como valor de cambio para su rescate que ambos acusados, Abel, el espía soviético capturado por la CIA, y el piloto-espía estadounidense capturado por los soviéticos, no han hablado ni de su misión ni de sus conocimientos, sino que han permanecido fieles a sus respectivos países, cuando podrían haber hablado y contado todo lo que sabían para obtener beneficios, como, por ejemplo, salvar la vida.
El abogado James Donovan (1916-1970)
Donovan es un abogado de seguros, un hábil negociador, su vida responde al “american style of life”, pertenece a un prestigioso bufete de abogados, tiene una familia y viven en una linda casa, el bufete en el que trabaja ha aceptado la defensa de un espía soviético capturado, el sistema americano quiere demostrar que va a hacer uso de sus leyes y someterlo a un juicio justo, pero de antemano estamos viendo que eso es mentira, que la ideología dominante en plena guerra fría le acusa y condena porque ser comunista en aquella época era como encarnar el demonio con cuernos y rabo. Desde el bufete hasta el juez tienen la condena a priori, pero Donovan tiene que defenderlo porque cree sinceramente que es su obligación como abogado defensor y hacerlo poniendo todos sus recurso profesionales a ese fin, lo que genera no solo la animadversión de todos, sino también la incomprensión familiar. Pese a su aparente fracaso como abogado, Donovan no ceja en su intento de salvar la vida de un hombre que sí, es espía, al igual que lo será el piloto norteamericano, pero que, tanto el uno como el otro, todo lo han hecho cumpliendo el mandato de sus superiores, lo que es uno de los argumentos utilizados en el no muy lejano Juicio de Nüremberg, en el que que no se midió por igual la responsabilidad de los superiores que emitían las órdenes que la de los ejecutores que las cumplían.
Es más, cuando acepta la negociación que le pide el Gobierno de los Estados Unidos, constata la hipocresía política que, en aras de la supuesta “seguridad nacional”, no duda en pedir a sus jóvenes pilotos que se suiciden antes que revelar los secretos si caen prisioneros, y que, oficialmente, no consta en la negociación. Y constata el nulo valor que tiene la vida humana para los intereses de Estado, porque cuando un estudiante norteamericano es detenido accidentalmente en el Berlín que está siendo dividido por el levantamiento del Muro en 1961, a la CIA no le importa un estudiante que, para más inri, se ha puesto a estudiar el sistema de producción soviético y estaba en el lugar y momento equivocados. Pero a Donovan sí le importa y -aquí entra en juego algo importante- no va a respetar las reglas de juego impuestas desde arriba porque no son justas, sino que parte de sus propios principios de apostar por la vida humana y mete en el juego del intercambio también al estudiante, algo que ningún responsable gubernamental acepta de antemano, pero aquí entra su principal baza, ir apelando a la condición humana de cada uno de los personajes, igual que convence al juez estadounidense de que Abel puede valer más vivo que muerto, convence a los rusos y a los de la República Democrática Alemana, no institucionalmente, sino personalmente, en el diálogo cara a cara. Cierto que no es una habilidad que todo el mundo tiene, pero es la suya y es la que pone en juego.
La situación de los personajes no es nada nueva en la Historia, el enfrentamiento entre dos imperios en el tablero de ajedrez del mundo y la utilización de las personas como simples peones a los que fácilmente se les puede suprimir en aras de la vieja razón de Estado o de la moderna seguridad nacional. Eso nos puede generar una avasalladora desesperanza, pero, aunque los seres humanos somos muy limitados, no es menos cierto que tenemos libertad de elección, es el gran ejemplo de los héroes, los personajes más admirados en literatura o en cine, porque ellos llegan a  límites extremos, en última instancia “se juegan la vida” por sus principios. Y eso impacta, como en la anécdota que le cuenta Abel a Donovan sobre el “hombre firme”, el que es golpeado una y otra vez pero no sucumbe, permanece firme.
El agente de inteligencia soviética Rudolf Abel (1903-1971)

Abel es comunista convencido pero no deja de impactarle la honesta coherencia de un típico estadounidense capitalista como es Donovan, él no tiene recursos, es un simple prisionero que permanece leal a su país, pero sabe pintar y le hará un regalo a Donovan en el que bien pudo poner toda su vida, todo su agradecimiento y toda su amistad. Todo un contrapunto de cómo la película nos presenta inicialmente a Abel, haciéndose un autorretrato.


(1) El puente de los espías (Bridge of Spies) es una producción estadounidense de 2015, dirigida por Steven Spielberg y guion de Matt Charman y los hermanos Ethan y Joel Coen. En el papel principal, Tom Hanks, como el abogado Donovan, y Mark Rylance, como el agente de la inteligencia soviética Rudolf Abel. No caen en el olvido ni la banda sonora de Thomas Newmman ni la fotografía de J. Kaminski.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Nadie me había dicho nunca que era hijo de Dios...


El Hijo Pródigo, de Rembrandt
Una de las explicaciones que se dan, en la sociedad actual, sobre la pérdida del sentido religioso y la desaparición de Dios de la escena pública, es la configuración de una sociedad en la que se desdibuja la figura del padre. No voy a entrar ahora en tan importante tema, tan solo quiero constatar, al menos así me parece percibirlo hoy casi dos décadas después, que en mi proceso de conversión recuperar la figura de Dios Padre fue una de las primeras piedras angulares. Nací en un tiempo de España en el que, ciertamente ya no había hambre aunque manteníamos un sana austeridad de vida, muchos padres tuvieron que dejar las familias en el pueblo y salir a buscar trabajo fuera. Desconozco si hay estudios sociológicos sobre el impacto de la ausencia de la figura paterna durante tanto tiempo. Sé que los hay para Norteamérica. Tampoco importa demasiado. Sí recuerdo que mi padre era un hombre guapo, simpático y cariñoso, apenas nos reñía, y leía mucho, pero se marchó a trabajar por esas tierras de Dios cuando yo andaba por los 6 años. Sin ser huérfana si tenía un anhelo de padre que no llegué a saciar pues cuando se jubiló yo ya era una madre de familia que vivía en otras tierras. Crecí rodeada de figuras femeninas muy fuertes, el varón pasó a un plano lejano y la figura paterna quedo flotando en una nebulosa y la experiencia filial como que también. No fui el único caso de persono que creció carente de esa filialidad. Por eso creo que en mi proceso de conversión fue tan importante recuperar la figura del padre, aprender a sentirme hija y a confiar en él, máxime en una mujer como yo marcadamente feminista y antipatriarcal.

Portada del libro de la hermana Jen Prejean
Pero la ausencia del sentimiento paterno tampoco es exclusivo de las mujeres. Recuerdo leer un libro de una conflictiva persona que, al final de su vida, en unas muy dificiles circunstancias, nos habla también de esa impactante experiencia de sentirse hijo de Dios. El libro salió a la luz a comienzo de los años noventa del siglo XX. No obstante sigue siendo de actualidad1, no sólo por el tema que se pone en cuestión, la pena de muerte, sino por el propio proceso de evangelización que llevamos adelante los católicos. Si bombardeamos el mundo con mensaje religiosos que casi nadie escucha, ni nosotros mismos, o si llevamos a Jesucristo como fuente de agua viva ante esa multitud tan sedienta que vamos encontrando en el camino.

Gracias por quererme, nadie me había dicho nunca que era hijo de Dios, aunque me habían dicho muchas veces que era un hijo de puta”. Estas son las palabras que un condenado a muerte, Mathew, le dice a la Hermana Helen, que ha sido su acompañante espiritual en los últimos meses de vida, en la extraordinaria película “Pena de muerte” que nos narra y nos pone ante uno de los procesos más impactantes en relación a la experiencia del perdón y de sentirse hijo de Dios. El film pone imágenes a la espléndida novela de la hermana Jean Prejean2, religiosa que estuvo muchos años acompañando a los condenados en el corredor de la muerte de las cárceles norteamericanas.

Hermana Jean Prejean con Robert Lee Willie
Ante el condenado que solicita auxilio espiritual en sus últimos días, hay dos posturas diferentes que nos ponen en relación con dos posibles tipos de figuras paternas tras las cuales hay diferentes conceptos y experiencias de Dios: La del capellán de la prisión, respetuoso por las normas, apelando al Antiguo Testamento e invocando el logro de la administración de los sacramentos, antes de la ejecución. Y de otro lado, la de la monja, con el Nuevo Testamento en la boca, desconcertada cuando el condenado la llama y le pide ayuda, pero depositando su total confianza en Cristo. Mathew es un criminal sin paliativos, de difícil extracción social, pero al que Helen no le resta ni un ápice de su responsabilidad individual, y, pese a todo, no deja de percibirlo como hijo de Dios, quiere redimirlo por el amor del Padre, y lo consigue. Cuando el asume la responsabilidad de sus actos, la verdad le hace libre en su interior, y estallará en un torrente de lágrimas más inspiradas por la experiencia del amor de Dios, que por el sentimiento de culpa. A partir de ahí será capaz de pedir perdón a los padres de sus víctimas, y manifestar la inutilidad de la muerte de una persona a manos de otra. Todos los personajes son expuestos en sus circunstancias, se comprende cada actitud, pero en última instancia, todos somos libres, pese a nuestro dolor y nuestro sufrimiento de optar por el amor frente al odio, por el perdón frente a la violencia, por la vida frente a la muerte.

Cartel de la película de 1995
Película que me interpela profundamente, adecuada para después marcharme a un largo rato de oración, hablar sinceramente con Dios, y confesarle si realmente creo en el amor y en la vida, o creo en un sistema basado en el miedo, la represión y la muerte. Creo que Dios es mi Padre, y que es misericordioso; creo en Jesús que abolió las leyes que esclavizaban al hombre, y nos dio el mandamiento nuevo del amor... o, ¿en qué creo?.


1Carmen Martínez Hernández. “Pena de Muerte. ¿Creemos en el Dios de la vida?”, en Iglesia en Andalucía , 1 de mayo de 1996.
2Hermana Helen Prejean, CSJ. Pena de Muerte . Pena de Muerte (Dead Man Walking). Película estadounidense de 1995, dirigida por Tim Robbins y protagonizada por Susan Sarandon (Hermana Helen) y Sean Penn, (Mattew Poncelet ).

domingo, 13 de septiembre de 2015

Los Miserables. La conversión desde el perdón y la misericordia

Decía el papa Benedicto XVI1 que hay momentos en nuestra vida en los que tiene lugar un viraje, más aún, un cambio total de perspectiva. Es lo que denominamos conversión. Ésta, señalaba el Papa Rartzinger, suele ser el resultado de un proceso psicológico, de una maduración o evolución intelectual y moral, una maduración del “yo”, en otras son sucesos más o menos impactantes, como fue el caso de San Pablo quien tras encontrase con la luz del Resucitado cambió radicalmente su vida. Desde mi humilde experiencia si puedo decir que hay experiencias, como la del perdón y la misericordia, que se constituyen en el primer peldaño de la escalera del proceso de conversión.


Una vez más tomo la experiencia literaria, bien llevada al cine, como tema de reflexión. En este caso se trata de la novela de Victor Hugo Los Miserables, publicado por primera vez en 1862, en ella encontramos una buena muestra de como la experiencia de la gracia, del amor de Dios puede modificar a una persona. Y pese al tiempo transcurrido, su reformulación a través de la pantalla en 19982, no me dejó impasible.


En un lugar de Francia en los tiempos postnapoleónicos, un exconvicto llama a la puerta de una casa, al caer la noche, le abre un clérigo que le da comida y cama. De madrugada, el mendigo coge la cubertería de plata y al salir golpea al sacerdote. Por la mañana una mujer se lamenta del robo, a lo que Monseñor le resta importancia. Un rato después aparecen tres gendarmes con un hombre encadenado, dicen que éste alega haber pasado la noche allí, y que la plata es un regalo del cura. El Obispo ratifica esa versión, el ladrón es liberado y cuando quedan solos, ante el asombrado silencio del ladrón Jean Valjean, el sacerdote le añade unos candelabros de plata y le dice: “Con esta plata te librarás del miedo y del odio, con ella compro tu alma para Dios, para siempre”.

Con estas escenas comienza la película “Los Miserables”, basada en la obra de Víctor Hugo, y dirigida por Bille August. Indudablemente tan sólo utiliza de forma lineal uno de los asunto de la voluminosa obra de Hugo, pero con muy buen resultado. La relación del protagonista, el exconvicto Jean Valjean, el guardián y policía Javert, la prostituta Fantine, su hija Cosette, y algunas pinceladas sobre otros personajes importantes como el obispo Bienvenu, y el estudiante revolucionario Mario. Representando arquetipos universales.

Siempre que me acerco a un film basado en una obra literaria, no voy exenta de una cierta prevención, la de que la película nunca supera la magistral narración de la novela. Sin embargo, salí realmente entusiasmada con la película: El tratamiento del tema, la fotografía, la banda sonora, los personajes y los actores, etc. La obra literaria es amplísima y podríamos estar meses hablando sobre la multitud de personajes que aparecen, la estructura social, los sucesos históricos, etc. Pero de tantas aspectos a resaltar de Los Miserables, sólo voy a centrarme en uno de ellos, y ciñéndome sólo a la película.

En primer lugar me llamó la atención, y gratamente, que en estos tiempo de posmodernidad, incredulidad, individualismo, de desplazamiento de los valores religiosos y en los que en más de una ocasión, los obispos y los sacerdotes saltan a la prensa más por los errores que por los acierto, un director de cine se atreva, no sólo a conectar con los valores ideológicos y revolucionarios de principios del XIX, sino que destaque, en positivo, la caridad, perdón y misericordia de un obispo hacia un convicto, y la conversión de éste.

Aquel acto, además, no quedó como un acto benéfico aislado, sino que, realmente, aquel hombre excarcelado, queda tocado por la gracia para toda su vida, a lo largo de la cual pondrá en práctica no sólo la caridad, sino también la justicia. No sólo dará de comer a los pobres, sino que establecerá salarios justos en su empresa y, cuando tenga que dejarla, la repartirá entre todos los obreros. Es más, no ejercerá el mal, y evitará la violencia incluso en aquellos momentos que socialmente podría considerarse como de legítima defensa: Pudiendo liquidar a su mortal perseguidor, -un policía obsesionado por la ley y la incapacidad del malvado para rehabilitarse-, no sólo lo perdona sino que le evita la muerte.

1Benedicto XVI. La conversión de san Pablo. Audiencia General Miércoles 3 de septiembre de 2008.

2Los Miserables, película de 1998 dirigida por Bille August, adaptda de la novela homónima de Victor Hugo por Rafael Yglesias, y protagonziada por Liam Neeson, Geoffrey Rus, Uma Thurman y Claire Danes. Hubo otras versiones en 1978 y en 2012.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Tu eres mi amada. La impactante experiencia de sentirse hija querida de Dios




Decía Mons Claudio María Celli, presidente del Pontifico Consejo para las Comunicaciones Sociales que no podemos bombardear las redes sociales con mensajes religiosos sino hacernos presentes con “testimonio valiente y claro de las cosas en las que creemos, de Jesucristo”. El hombre y la mujer modernos están cansados, se sienten solos y heridos y a ellos hay que acercarse, hay que saber decirles que Dios los ama tiernamente. Los que estamos en la iglesia no somos los mejores ni los más buenos del mundo, pero sí intentamos que Jesús esté en lo profundo de nuestra vida y queremos testimoniarlo (1).
Sé que soy una mujer creyente, laica y que la Iglesia proclama el apostolado de los seglares como un derecho y como un deber, como participación en la función profética, sacerdotal y real de Cristo. Sé que me gustaría ser santa en medio del mundo, pero también soy consciente de que estoy demasiado instalada en la comodidad, y una cierta nausea de mediocridad me sube de vez en cuando. En mi apostolado me encuentro con diferentes situaciones y no siempre la misma metodología da le mismo resultado porque la personas que escuchan nunca son las mismas. Desde la docencia teológica a la catequesis he encontrado satisfacciones y decepciones. Pero lo que más me ha costado y donde más atención he encontrado es cuando hablo de mi testimonio personal, de mi propia experiencia de fe y de conversión, de como Jesús se ha ido instalando en lo más profundo de mi vida. 
En muchas ocasiones he hablad0 (2) del impacto que me generaron las palabras que oía en la eucaristía cuando decidí volver a misa, allá por año 1992, y que el sacerdote decía cada día en la eucaristía: "Pongamos sobre el altar nuestro deseo de sentirnos queridos por el Padre". Recuerdo, gratamente, como fui adquiriendo seguridad en mi vida, conforme aquella oración se convertía en experiencia que me permitía percibir el amor de los demás, y a partir de ahí, ir creciendo en capacidad de amar y, sobre todo, llegar a sentir el amor de Dios Padre como una realidad. No es un tema del que se pueda hablar con mucha gente. No obstante en frecuentes ocasiones comentaba con una amiga, Manoli, el gozo de vivir la eucaristía desde esa experiencia de amor, y también la incomprensión que generaba en otras personas. No dejábamos de sentir una cierta tristeza por aquellas mujeres que vivían y viven sus relaciones familiares o de amistades, sin una honda experiencia del amor, parece que no se sienten queridas por nadie, y en consecuencia no creen en la amistad limpia, desinteresada y, sobre todo, en libertad.
No tengo la capacidad de poner las cosas pro escrito con la belleza que lo hacen los profesionales de la escritura, pero me encanta encontrarlos. Y encantadísima quedé con Tu eres mi amado, un pequeño y precioso libro de Henri J.M. Nouwen, publicado en 1992, en el que el autor pretendía encontrar un nuevo lenguaje para hablar de espiritualidad a los hombres y mujeres que viven en medio de la sociedad secular. En él encontré páginas deliciosas sobre cómo la experiencia de sentirse amada por el Padre revela una de las verdades más profundas de nuestra existencia.
Cuando alguien revisa su vida, como yo revisé la mía y percibí la suave y silenciosa voz que, en la quietud del corazón, me decía tu eres mi amada, significa que la había escuchado en mi largo caminar, por los diversos caminos que anduve, en mi familia, en mis maestros, en mis amigas, en mis hijos, en todos los que me han cuidado con ternura, me han enseñado con paciencia, y animado a caminar cuando me sentía desfallecer. Y porque la escuché, vencí mis miedos y mis sentimientos de nulidad -que los tuve y grandes-, y he sido capaz de amar, a pesar de todas mis limitaciones, unas veces mejor que otras. Me siento amada y siento una profunda gratitud por el don recibido. Y siento que Dios me llama por mi nombre en aquel que se abre como un horizonte donde se reflejan mis sueños y mis anhelos, y me explica que el don de la gratuidad no tiene "por qués" ni "para qués".
(1) Mons. Claudio Maria Celli Entrevista concedida a ACI Prensa el 18 de noviembre en la ciudad de Lima (Perú), adonde llegó para el 13° encuentro continental de la Red de Informática de la Iglesia en América Latina (RIIAL).
(2) Mª Carmen Martínez hernández. “Tu eres mi amado, en Iglesia en Andalucía, 1 de febrero de 1996

jueves, 3 de septiembre de 2015

Envuelta en un manto de gala (Una lectura de fe de las vacaciones)



En el tórrido verano de 2015 me fui de vacaciones a mi pueblo, Requena (Valencia). Acostumbrada a las elevadas temperaturas de Córdoba las de allí, en un altiplano a 700 metros sobre el nivel del mar, fueron una delicia. En otros sitios he descrito la intensa emoción de volver a pisar lo que fue el paraíso de mi infancia, pero como mujer profundamente creyente he de decir que viví aquellos días como un auténtico regalo de Dios. 

Muchas veces volví por Requena desde que salí de ella siendo una jovencísima estudiante de 18 años, pero no tardé mucho en entrar en la vida adulta y con ella se instalaron multitud de problemas, supongo que como a todo el mundo. Marche a vivir a Andalucía y los retornos por el pueblo no dejaban de ser dolorosos, nostálgicos, añorando los tiempos pasado… pero mi vida comenzó a cambiar cuando comencé a vivirla desde la fe, y aun así fue un lento proceso. Ahora, cuando mi vida comienza un discurrir sereno, encuentro que volver a estar en mi pueblo me produce una felicidad desconocida. No ya una intensa emoción, sino una gran alegría, el gozo del encuentro con primos, con conocidos, con amigos…como si mi historia comenzase de nuevo otro gran capitulo, algo que ni siquiera había imaginado, pero que el Señor tenía en mi proyecto de vida, y ha tenido a bien explicitármelo de modo que al gusto por el terreno natal añadiese el don del afecto y la amistad.


Una de mis oraciones preferidas es el Magnificat porque no puedo dejar de proclamar las maravillas que Dios ha hecho en mí, ¡pero es que sigue haciéndolas!. Me daba cuenta que ese mes en Requena era un puro don. Papá Dios me permitía saborear mi estancia en Requena no solo con el buen vino de un paisaje y una tierra exquisita, sino con el excelente pan de la buena gente, unas personas no me recordaban, otras si, pero siempre acogedores, con otros estreché lazos en la misa diaria. Pero hay otra oración que me conmueve hasta el adn, hasta lo más profundo del alma porque me enlaza, cual cordón umbilical, con entrañables escenas de la infancia. Es la salve entonada en el templo del Carmen y por las mujeres de Requena, para mí no hay mejor coro. Ese canto del “Salve Regina” ante la Virgen de los Dolores siempre me suena a música celestial, me siento arropada por el maternal manto de la Virgen. Las eucaristías en el templo del Carmen entre semana y los domingos en El Salvador han sido una gozada. También fueron momentos gozosos descubrir los lunes las oraciones de “las caminatas de San Nicolás”, o la fiesta del Cristo del Amparo en la Villa.


El primer día que salí temprano a caminar, actividad que ya mi dni me aconseja hacer diariamente, en menos de 20 minutos estaba en el extremo del pueblo, allí donde acaba la preciosa Avenida de Arrabal. Desde la atalaya que supone aquel moderno puente que cruza la vieja carretera Nacional III, Madrid-Valencia, y conduce hasta la mismísima feria, contemplaba la hermosura del paisaje del altiplano. Los montes, los pinos, los chopos, las viñas, los cañaverales, las moreras, el río Magro... todo seguía allí. Vinieron a mi mente los versos de San Juan de la Cruz:

¡Oh bosques y espesuras plantadas por la mano del amado! !Oh prado de verduras de flores esmaltado, decid si por vosotros ha pasado!
Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura, y, yéndolos mirando, con solo su figura vestidos los dejó de su hermosura
 

Cierto que algo había cambiado, pero lo esencial, lo que a mi me unía con la ciudad en la que nací y viví hasta el inicio de la juventud seguía allí. Sentía tal emoción que ni siquiera contuve las lágrimas. El casco urbano se me quedó pequeño, necesitaba salir al campo. Una vez allí, pateando los caminos, sintiendo la felicidad a tope al sentir tan querida tierra bajo mis pies, tan hermosos paisajes ante mis ojos, el rumor del viento entre los pinos, el susurro de los chopos, el murmullo del agua.. yo sentía que Dios me envolvía en un manto de gala. Incluso en mis etapas más anticlericales no hubo momento en que contemplase el mar o los paisajes montañosos, en el que no estuviese convencida de la existencia de Dios. Ahora la mismísima Creación me envolvía amorosamente. 

Y cuando ya mi vida discurre por cauces serenos no es que ya no dude, sino que no puedo dejar de entonar el Magnificat y de recitar el salmo de Isaías. Si el profeta bíblico se alegraba ante la nueva Jerusalén, yo ante la Requena que se desplegaba ante mi, ante el gozo de pisar aquella tierra y de reencontrarme con tanta gente, no podía sino entonar un cántico con sus palabras.

Desbordo de gozo con el Señor,
y me alegro con mi Dios:
porque me ha vestido un traje de gala
y me ha envuelto en un manto de triunfo,
como novio que se pone le corona,
o novia que se adorna con sus joyas
". (IS 61, 10)

martes, 7 de julio de 2015

De la amarga agua del camino al dulce caminar

Siempre admiré a los poetas por el especial don de hacer que la más triste y negra de las experiencias, se convierta en algo realmente hermoso a través de unas palabras escritas. Y por convertir la más bella de las experiencias en algo realmente sublime. Hace muchos tiempo que dejé atrás la poesía, prefiero la prosa, excepto la lectura puntual de algún poeta. No obstante hay un tipo de poesía que me sobrecoge cada mañana, es la de los salmos y la de los himnos que encabezan los diversos tiempos del día desde la liturgia de las horas.

No se indica quien es el autor al pie de cada himno, pero una tarde quedé especialmente impactada por un himno, que llevo años y años leyendo, pero que aquella tarde, miércoles de la semana I, parecía especialmetne escrito para mi alma.
 
Amo Señor tu sendas, y me es suave la carga
que en mis hombros pusiste;
pero a veces encuentro que la jornada es larga,
que el cielo ante mis ojos de tinieblas se viste,
que el agua del camino es amarga, es amarga,
que se enfría este ardiente corazón que me diste;
y una sombría y honda desolación me embarga,
y siento el alma triste y hasta la muerte triste...
El espíritu es débil y la carne cobarde,
lo mismo que el cansado labriego, por la tarde,
de la dura fatiga quisiera reposar...
Mas entonces me miras... y se llena de estrellas,
Señor, la oscura noche; y detrás de tus huellas,
con la cruz que llevaste, me es dulce caminar.


Cuando acabé de rezar Vísperas me fui a Internet e introduje el primer verso del himno: “Amo Señor tu sendas, y me es suave la carga”. A la primera opción me salió el autor, José Luis Blanco Vega, un sacerdote jesuita.

El himno expresa nítidamente el agua amarga de un caminar con el que llevo largo tiempo. Un tiempo en el que los días no dejan de pasar volando, pero llenos de un profundo dolor que no se explicar de donde viene. Tal vez de los desencantos de la vida, de la constatación de mi pereza para las cosas de Dios, de la dificultad de la vida pastoral, de las relaciones con las personas y los grupos, de ese sentir como si todo me resbalase, que nada me motiva y nada me entusiasma. Y el mayor desasosiego es sentir que no sientes nada, como si hasta la fe te fuera ajena. Esos días en que no me gusta mi cruz y vivo como si la vida fuera un sinsentido y pese a la hermosura de los paisajes y las cosas pasas por los caminos como si todo fuera un puro desierto. Piensas en la decisión de seguir a Jesús, de vivir en la voluntad del Padre y sin embargo tu alma parece un pedernal que no se conmueve ante nada y solo percibes el profundo cansancio de la existencia, y no puedes descansar. Como dice este poeta “un sombría y honda desolación me embarga y siento el alma triste ...”. Intento recordar uno de esos días en los que miraba y me sentía mirada por el Señor, y la noche se llenaba de miríada de luces. Se que hoy no es uno de esos días, pero se que el Señor me mira y pongo toda mi voluntad en afirmar que algún otro día lo volveré a sentir. Me duelen los hombros de mi propia cruz, posiblemente liviana, pero sigo, si no en un dulce caminar, casi. Mañana, tal vez lo sea. Y mientras espero confiadamente eludo la desesperación.