jueves, 3 de septiembre de 2015

Envuelta en un manto de gala (Una lectura de fe de las vacaciones)



En el tórrido verano de 2015 me fui de vacaciones a mi pueblo, Requena (Valencia). Acostumbrada a las elevadas temperaturas de Córdoba las de allí, en un altiplano a 700 metros sobre el nivel del mar, fueron una delicia. En otros sitios he descrito la intensa emoción de volver a pisar lo que fue el paraíso de mi infancia, pero como mujer profundamente creyente he de decir que viví aquellos días como un auténtico regalo de Dios. 

Muchas veces volví por Requena desde que salí de ella siendo una jovencísima estudiante de 18 años, pero no tardé mucho en entrar en la vida adulta y con ella se instalaron multitud de problemas, supongo que como a todo el mundo. Marche a vivir a Andalucía y los retornos por el pueblo no dejaban de ser dolorosos, nostálgicos, añorando los tiempos pasado… pero mi vida comenzó a cambiar cuando comencé a vivirla desde la fe, y aun así fue un lento proceso. Ahora, cuando mi vida comienza un discurrir sereno, encuentro que volver a estar en mi pueblo me produce una felicidad desconocida. No ya una intensa emoción, sino una gran alegría, el gozo del encuentro con primos, con conocidos, con amigos…como si mi historia comenzase de nuevo otro gran capitulo, algo que ni siquiera había imaginado, pero que el Señor tenía en mi proyecto de vida, y ha tenido a bien explicitármelo de modo que al gusto por el terreno natal añadiese el don del afecto y la amistad.


Una de mis oraciones preferidas es el Magnificat porque no puedo dejar de proclamar las maravillas que Dios ha hecho en mí, ¡pero es que sigue haciéndolas!. Me daba cuenta que ese mes en Requena era un puro don. Papá Dios me permitía saborear mi estancia en Requena no solo con el buen vino de un paisaje y una tierra exquisita, sino con el excelente pan de la buena gente, unas personas no me recordaban, otras si, pero siempre acogedores, con otros estreché lazos en la misa diaria. Pero hay otra oración que me conmueve hasta el adn, hasta lo más profundo del alma porque me enlaza, cual cordón umbilical, con entrañables escenas de la infancia. Es la salve entonada en el templo del Carmen y por las mujeres de Requena, para mí no hay mejor coro. Ese canto del “Salve Regina” ante la Virgen de los Dolores siempre me suena a música celestial, me siento arropada por el maternal manto de la Virgen. Las eucaristías en el templo del Carmen entre semana y los domingos en El Salvador han sido una gozada. También fueron momentos gozosos descubrir los lunes las oraciones de “las caminatas de San Nicolás”, o la fiesta del Cristo del Amparo en la Villa.


El primer día que salí temprano a caminar, actividad que ya mi dni me aconseja hacer diariamente, en menos de 20 minutos estaba en el extremo del pueblo, allí donde acaba la preciosa Avenida de Arrabal. Desde la atalaya que supone aquel moderno puente que cruza la vieja carretera Nacional III, Madrid-Valencia, y conduce hasta la mismísima feria, contemplaba la hermosura del paisaje del altiplano. Los montes, los pinos, los chopos, las viñas, los cañaverales, las moreras, el río Magro... todo seguía allí. Vinieron a mi mente los versos de San Juan de la Cruz:

¡Oh bosques y espesuras plantadas por la mano del amado! !Oh prado de verduras de flores esmaltado, decid si por vosotros ha pasado!
Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura, y, yéndolos mirando, con solo su figura vestidos los dejó de su hermosura
 

Cierto que algo había cambiado, pero lo esencial, lo que a mi me unía con la ciudad en la que nací y viví hasta el inicio de la juventud seguía allí. Sentía tal emoción que ni siquiera contuve las lágrimas. El casco urbano se me quedó pequeño, necesitaba salir al campo. Una vez allí, pateando los caminos, sintiendo la felicidad a tope al sentir tan querida tierra bajo mis pies, tan hermosos paisajes ante mis ojos, el rumor del viento entre los pinos, el susurro de los chopos, el murmullo del agua.. yo sentía que Dios me envolvía en un manto de gala. Incluso en mis etapas más anticlericales no hubo momento en que contemplase el mar o los paisajes montañosos, en el que no estuviese convencida de la existencia de Dios. Ahora la mismísima Creación me envolvía amorosamente. 

Y cuando ya mi vida discurre por cauces serenos no es que ya no dude, sino que no puedo dejar de entonar el Magnificat y de recitar el salmo de Isaías. Si el profeta bíblico se alegraba ante la nueva Jerusalén, yo ante la Requena que se desplegaba ante mi, ante el gozo de pisar aquella tierra y de reencontrarme con tanta gente, no podía sino entonar un cántico con sus palabras.

Desbordo de gozo con el Señor,
y me alegro con mi Dios:
porque me ha vestido un traje de gala
y me ha envuelto en un manto de triunfo,
como novio que se pone le corona,
o novia que se adorna con sus joyas
". (IS 61, 10)

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