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El Hijo Pródigo, de Rembrandt |
Una de las explicaciones que se dan, en la sociedad actual, sobre la
pérdida del sentido religioso y la desaparición de Dios de la
escena pública, es la configuración de una sociedad en la que se
desdibuja la figura del padre. No voy a entrar ahora en tan
importante tema, tan solo quiero constatar, al menos así me parece
percibirlo hoy casi dos décadas después, que en mi proceso de
conversión recuperar la figura de Dios Padre fue una de las primeras
piedras angulares. Nací en un tiempo de España en el que,
ciertamente ya no había hambre aunque manteníamos un sana
austeridad de vida, muchos padres tuvieron que dejar las familias en
el pueblo y salir a buscar trabajo fuera. Desconozco si hay estudios
sociológicos sobre el impacto de la ausencia de la figura paterna
durante tanto tiempo. Sé que los hay para Norteamérica. Tampoco
importa demasiado. Sí recuerdo que mi padre era un hombre guapo, simpático y cariñoso, apenas nos reñía, y leía mucho,
pero se marchó a trabajar por esas tierras de Dios cuando yo andaba
por los 6 años. Sin ser huérfana si tenía un anhelo de padre que
no llegué a saciar pues cuando se jubiló yo ya era una madre de
familia que vivía en otras tierras. Crecí rodeada de figuras
femeninas muy fuertes, el varón pasó a un plano lejano y la figura
paterna quedo flotando en una nebulosa y la experiencia filial como
que también. No fui el único caso de persono que creció carente de
esa filialidad. Por eso creo que en mi proceso de conversión fue
tan importante recuperar la figura del padre, aprender a sentirme
hija y a confiar en él, máxime en una mujer como yo marcadamente
feminista y antipatriarcal.
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Portada del libro de la hermana Jen Prejean |
Pero la ausencia del sentimiento
paterno tampoco es exclusivo de las mujeres. Recuerdo leer un libro
de una conflictiva persona que, al final de su vida, en unas muy
dificiles circunstancias, nos habla también de esa impactante
experiencia de sentirse hijo de Dios. El libro salió a la luz a
comienzo de los años noventa del siglo XX. No obstante sigue
siendo de actualidad,
no sólo por el tema que se pone en cuestión, la pena de muerte,
sino por el propio proceso de evangelización que llevamos adelante
los católicos. Si bombardeamos el mundo con mensaje religiosos que
casi nadie escucha, ni nosotros mismos, o si llevamos a Jesucristo
como fuente de agua viva ante esa multitud tan sedienta que vamos
encontrando en el camino.
“Gracias por quererme,
nadie me había dicho nunca que era hijo de Dios, aunque me habían
dicho muchas veces que era un hijo de puta”.
Estas son las palabras que un condenado a muerte, Mathew, le dice a
la Hermana Helen, que ha sido su acompañante espiritual en los
últimos meses de vida, en la extraordinaria película “Pena de
muerte” que nos narra y nos pone ante uno de los procesos más
impactantes en relación a la experiencia del perdón y de sentirse
hijo de Dios. El film pone imágenes a la espléndida novela de la
hermana Jean Prejean,
religiosa que estuvo
muchos años acompañando a los condenados en el corredor de la
muerte de las cárceles norteamericanas.
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Hermana Jean Prejean con Robert Lee Willie |
Ante el condenado que solicita
auxilio espiritual en sus últimos días, hay dos posturas diferentes
que nos ponen en relación con dos posibles tipos de figuras paternas
tras las cuales hay diferentes conceptos y experiencias de Dios: La
del capellán de la prisión, respetuoso por las normas, apelando al
Antiguo Testamento e invocando el logro de la administración de los
sacramentos, antes de la ejecución. Y de otro lado, la de la monja,
con el Nuevo Testamento en la boca, desconcertada cuando el condenado
la llama y le pide ayuda, pero depositando su total confianza en
Cristo. Mathew
es un criminal sin paliativos, de difícil extracción social, pero
al que Helen no le resta ni un ápice de su responsabilidad
individual, y, pese a todo, no deja de percibirlo como hijo de Dios,
quiere redimirlo por el amor del Padre, y lo consigue. Cuando el
asume la responsabilidad de sus actos, la verdad le hace libre en su
interior, y estallará en un torrente de lágrimas más inspiradas
por la experiencia del amor de Dios, que por el sentimiento de culpa.
A partir de ahí será capaz de pedir perdón a los padres de sus
víctimas, y manifestar la inutilidad de la muerte de una persona a
manos de otra. Todos los personajes son expuestos en sus
circunstancias, se comprende cada actitud, pero en última instancia,
todos somos libres, pese a nuestro dolor y nuestro sufrimiento de
optar por el amor frente al odio, por el perdón frente a la
violencia, por la vida frente a la muerte.
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Cartel de la película de 1995 |
Película que me interpela
profundamente, adecuada para después marcharme a un largo rato de
oración, hablar sinceramente con Dios, y confesarle si realmente
creo en el amor y en la vida, o creo en un sistema basado en el
miedo, la represión y la muerte. Creo que Dios es mi Padre, y que
es misericordioso; creo en Jesús que abolió las leyes que
esclavizaban al hombre, y nos dio el mandamiento nuevo del amor... o,
¿en qué creo?.
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