Decía
el papa Benedicto XVI
que hay momentos en nuestra vida en los que tiene lugar un viraje,
más aún, un cambio total de perspectiva. Es lo que denominamos
conversión. Ésta, señalaba el Papa Rartzinger, suele ser el
resultado de un proceso psicológico, de una maduración o evolución
intelectual y moral, una maduración del “yo”, en otras son
sucesos más o menos impactantes, como fue el caso de San Pablo quien
tras encontrase con la luz del Resucitado cambió radicalmente su
vida. Desde mi humilde experiencia si puedo decir que hay
experiencias, como la del perdón y la misericordia, que se
constituyen en el primer peldaño de la escalera del proceso de
conversión.

Una
vez más tomo la experiencia literaria, bien llevada al cine, como
tema de reflexión. En este caso se trata de la novela de Victor Hugo
Los Miserables,
publicado por primera vez en 1862, en ella encontramos una buena
muestra de como la experiencia de la gracia, del amor de Dios puede
modificar a una persona. Y pese al tiempo transcurrido,
su reformulación a través de la pantalla en 1998,
no me dejó impasible.

En un lugar de Francia en los tiempos postnapoleónicos, un
exconvicto llama a la puerta de una casa, al caer la noche, le abre
un clérigo que le da comida y cama. De madrugada, el mendigo coge la
cubertería de plata y al salir golpea al sacerdote. Por la mañana
una mujer se lamenta del robo, a lo que Monseñor le resta
importancia. Un rato después aparecen tres gendarmes con un hombre
encadenado, dicen que éste alega haber pasado la noche allí, y que
la plata es un regalo del cura. El Obispo ratifica esa versión, el
ladrón es liberado y cuando quedan solos, ante el asombrado silencio
del ladrón Jean Valjean, el sacerdote le añade unos candelabros de plata y
le dice: “Con esta plata te librarás del miedo y del odio, con
ella compro tu alma para Dios, para siempre”.

Con estas escenas comienza la película “Los Miserables”, basada
en la obra de Víctor Hugo, y dirigida por Bille August.
Indudablemente tan sólo utiliza de forma lineal uno de los asunto de
la voluminosa obra de Hugo, pero con muy buen resultado. La relación
del protagonista, el exconvicto Jean Valjean, el guardián y policía
Javert, la prostituta Fantine, su hija Cosette, y algunas pinceladas
sobre otros personajes importantes como el obispo Bienvenu, y el
estudiante revolucionario Mario. Representando arquetipos
universales.
Siempre que me acerco a un film basado en una obra literaria, no voy
exenta de una cierta prevención, la de que la película nunca supera
la magistral narración de la novela. Sin embargo, salí realmente
entusiasmada con la película: El tratamiento del tema, la
fotografía, la banda sonora, los personajes y los actores, etc. La
obra literaria es amplísima y podríamos estar meses hablando sobre
la multitud de personajes que aparecen, la estructura social, los
sucesos históricos, etc. Pero de tantas aspectos a resaltar de Los
Miserables, sólo voy a centrarme en uno de ellos, y ciñéndome sólo
a la película.
En primer lugar me llamó la atención, y gratamente, que en estos
tiempo de posmodernidad, incredulidad, individualismo, de
desplazamiento de los valores religiosos y en los que en más de una
ocasión, los obispos y los sacerdotes saltan a la prensa más por
los errores que por los acierto, un director de cine se atreva, no
sólo a conectar con los valores ideológicos y revolucionarios de
principios del XIX, sino que destaque, en positivo, la caridad,
perdón y misericordia de un obispo hacia un convicto, y la
conversión de éste.
Aquel acto, además, no quedó como un acto benéfico aislado, sino
que, realmente, aquel hombre excarcelado, queda tocado por la gracia
para toda su vida, a lo largo de la cual pondrá en práctica no sólo
la caridad, sino también la justicia. No sólo dará de comer a los
pobres, sino que establecerá salarios justos en su empresa y, cuando
tenga que dejarla, la repartirá entre todos los obreros. Es más, no
ejercerá el mal, y evitará la violencia incluso en aquellos
momentos que socialmente podría considerarse como de legítima
defensa: Pudiendo liquidar a su mortal perseguidor, -un policía
obsesionado por la ley y la incapacidad del malvado para
rehabilitarse-, no sólo lo perdona sino que le evita la muerte.