martes, 9 de junio de 2015

Misericordia y testimonio creyente


En la bula de la Misericordia el papa Francisco nos dice que si queremos que nuestro testimonio de creyentes sea más fuerte y eficaz hemos de tener la mirada puesta en la misericordia, porque cada uno de nosotros somos signos del eficaz obrar del Padre.


Pero, sinceramente, creo, al menos a mi me pasa, que los creyentes somos bastantes reacios a testimoniar nuestra fe, porque una cosa es asistir a los actos de culto, predicar, dar clases, impartir catequesis y otra entonar públicamente el Magníficat y proclamar las maravillas que el Señor hace en cada uno de nosotros día a día. Al menos a mí me cuesta. Abrir la mente no es difícil, en ella se mueve la ideología, pero abrir el alma y el corazón sí, porque en ella están mis sentimientos, mis pecados, también mis miedos y mis prejuicios. Y eso se debe a que ese “ídolo del prestigio”, al que adoramos inconscientemente, nos veta el ejercicio de eso que tanto alardeamos en esta vieja, y ya poco sabia Europa: la libertad. Porque hoy día confesar que disfruto enormemente con tener un corazón dócil al obrar del Espíritu Santo, que sentirme hija de Dios es una de las experiencia de mayor libertad que he tenido en mi vida, que es fascinante descubrir que yo soy el resultado de un proyecto de amor de Dios Padre, que estoy hecha para amar y ser feliz amando, que me gustaría arder en la hoguera de amor de la Santísima Trinidad, no es moderno. Es más, el virus del laicismo -que no sana laicidad- del que tan contaminados estamos hasta los católicos, podrá dictaminar “que estoy loca”, o que soy una retrógrada, o incluso una reaccionaria. Bueno, pues puede ser su opinión, tan respetable como cualquier otra, pero a mí lo que realmente me gustaría es aprender a “querer como las locas”, expresión de una hermosa copla de nuestro pueblo andaluz.

Francisco, en su bula, nos ayuda a entender la misión de Jesús, que es posible que no todos los católicos tengan claro. Bueno, a mi me costó entender, aunque es cierto que pese a nacer y vivir inserta en un ámbito católico, mi conversión no comenzó hasta comenzar la cuarta década de mi vida, y ya voy mediando la sexta. La misión que Jesús recibió del Padre fue la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. El evangelista Juan, por primera y única vez en la Sagrada Escritura dice que “Dios es amor”, y si fijo mi mirada en el rostro misericordioso de Jesús podré percibir el amor de la Santísima Trinidad, porque la vida, la persona de Jesús no es otra cosa sino amor, un amor que se dona y se ofrece gratuitamente. Eso nos lo dice el papa Francisco en un lenguaje que entendemos todos, que cuantas personas se cercaron a Jesús dejaron ver algo único e irrepetible. Los signos que realizó con los pecadores, pobres, excluidos, enfermos y sufrientes llevan el distintivo de la misericordia. Todo en Jesús habla de misericordia, de compasión. Pero también nos lo dicen los miles de santos y santas que han pululado, y pululan, por la historia de la Iglesia. Aunque ahora estén algo denostados por tirios y troyanos, por creyentess y no creyentes. 

El ya beato Pablo VI en la conclusiones del Concilio quiso resaltar que la antigua historia del samaritano había sido la pauta de la espiritualidad del Concilio Vaticano II, y que la Iglesia, desde él, enviaba al mundo contemporáneo no deprimentes diagnósticos, no funestos presagios, sino remedios alentadores, mensajes de esperanza, porque toda esta riqueza doctrinal elaborada en el Concilio “se volcaba en una única dirección: servir al hombre. Al hombre en todas sus condiciones, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades". Ese es el mismo, el gran testimonio que nos han dejado los santos y santas que nos han precedido y están en los altares. Aquellos locos y locas de amor por Jesucristo, que ardieron en la hoguera de amor trinitaria, pero cuya respuesta inmediata a ese amor fue ponerse en camino, como María, y hacer como el samaritano, servir a cuantas personas pobres, enfermas, tristes, solas, .. de cada época vayamos encontrando. Como siguen haciendo tantas personas misioneras, laicas o consagradas, que tocadas por el amor misericordioso de Dios, responden con una vida de entrega, de servicio al Amor de los amores, can recorriendo un camino que los lleva a la santidad. Todos ellas son creyentes que dan testimonio.

Suele ocurrir que admiramos esas vidas de santidad, las elogiamos pero decimos “eso no es para mí”. ¡Que excusa más burda! ¡Yo la he utilizado mucho! Decía padre Kentenich, un gran santo aunque todavía no esté en los altares, que los santos llegaron a ser santos desde el momento en que se supieron y hasta se sintieron amados por Dios. Entonces, qué nos sucede a la mayoría de los católicos, o por lo menos a los que todavía pululamos por las parroquias, damos catequesis, practicamos los sacramentos, y hasta que puede que estudiemos teología. ¿Es que no nos sentimos amados por Dios? O es que nos sentimos, allá en el fondo de nuestra conciencia, tan miserables que no creemos en lo fundamental que Dios es amor, que dios sale a nuestro encuentro, que Jesús es el modelo del proyecto de Dios para la humanidad, para mí en concreto. Pues a lo mejor A veces pasa, menos mal que no todo el rato. Dar testimonio de nuestras dudas y nuestras infidelidades también es muy reconfortante. Yo creía que los santos eran seres perfectos, cuando descubrí que también habían sido grandes pecadores realmente me sorprendí, pero me sentó muy bien. 

El testimonio de cómo los santos vivieron la misericordia de Dios ante sus muchos pecados me fue muy útil. A lo mejor mi testimonio creyente puede resultar útil a alguien. Claro que esto puede parecer presunción, pero bueno, ¡me arriesgaré!


No hay comentarios:

Publicar un comentario