No hacía mucho que habíamos entrado
en la década los años noventa del siglo XX, yo había salido ya de
algunas de las situaciones difíciles mi vida y sentía algo así como
una “imperiosa necesidad de dar gracias a Dios”. He de confesar que por aquel entonces yo era todavía una intelectual anticlerical que andaba, pese a todos mis conocimientos académicos, francamente despistada en lo tocante a la fe.
Un día me decidí, llamé a un jesuita, al cual había conocido en un Congreso sobre Centroamérica y que me parecía una persona sensata. Le expuse mi situación y le dije que quería dar gracias Dios pero sin pasar por la Iglesia católica. "Hija, eso es un poco difícil" me contestó; a continuación me preguntó por mi parroquia, pero yo no tenía ni idea, ni siquiera sabía cual era el santo titular. Entonces me preguntó donde vivía. En Valdeolleros, le contesté. Bueno, añadió, "a ti lo que te pasa es que sientes necesidad de hacer cosas para agradecer a Dios lo mucho que él ha hecho por ti, pues pásate por la parroquia de tu barrio que allí hacen muchas cosas". Así lo hice.
Un día me decidí, llamé a un jesuita, al cual había conocido en un Congreso sobre Centroamérica y que me parecía una persona sensata. Le expuse mi situación y le dije que quería dar gracias Dios pero sin pasar por la Iglesia católica. "Hija, eso es un poco difícil" me contestó; a continuación me preguntó por mi parroquia, pero yo no tenía ni idea, ni siquiera sabía cual era el santo titular. Entonces me preguntó donde vivía. En Valdeolleros, le contesté. Bueno, añadió, "a ti lo que te pasa es que sientes necesidad de hacer cosas para agradecer a Dios lo mucho que él ha hecho por ti, pues pásate por la parroquia de tu barrio que allí hacen muchas cosas". Así lo hice.
Este año de 2015,durante el retiro de Cuaresma, reflexionaba sobre la importancia de las parroquias, siempre abiertas...Como toda institución humana tiene sus luces y sus sombras, pero la ventaja de ir cumpliendo años, de hacerte mayor o de ir envejeciendo a la sombra de una parroquia es que puedes valorar lo positivo de la misma, lo que sobresale en toda la trayectoria de su historia, lo que me ha aportado a mi, a la comunidad, a los niños, a los jóvenes, a los matrimonios,a los viejos, a los enfermos, a los más pobres, al barrio, a la Iglesia, a la historia. Todo lo que ha hecho para abrirme al cielo y a la tierra, a Dios y al prójimo, a la vida futura y a la presente, a la liberación personal y a la colectiva.
Una parroquia está siempre abierta,
puedes entrar y salir, asistir a los grupos, aprender, ampliar
horizontes eclesiales, teológicos, pastorales, espirituales, estar
ausente un tiempo, volver, pero siempre con la referencia de la
comunidad parroquial. El párroco es como el maestro de
primaria que siembra en ti lo fundamental en tu vida de fe. Luego vendrán
otros maestros en teología, espiritualidad, pastoral, de muchas cosas...
Bendito sea el Señor que llama a
tantos jóvenes al sacerdocio, que luego serán sencillos párrocos,
pero grandes padres para su comunidad. Bendito sea el Señor por
instituir la Iglesia, su cuerpos místico, de la que me confieso fiel
hija de la misma, por crear estas humildes parcelas que son las parroquia
de barrio.
Posiblemente ninguna parroquia responda al ideal, en todas hay personas con sus limitaciones y sus pecados, pero cada parroquia nos vinculan a la Mater et magistra que es la Iglesia que nos revela el proyecto del Reino, que nos transmite a Jesucristo. Bueno, a lo mejor no nos lo enseñan tan perfilado en las parroquias, pero nos enseñan lo esencial en la fe, nos da los sacramentos. Allí, por encima de quienes sólo quieren ver las sombras, yo encontré la gran corriente de sabiduría que encierra la Iglesia, todo el inmenso caudal de verdad, de bondad, de belleza que nos transmite Jesucristo. ¡¡¡Y en verdad que mi vida cambió …en mucho..y en bueno!!!
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