¿Quien nos enseña a amar? Se
preguntaba el papa Francisco en una homilía a comienzos de 2015.
Quien nos libera de la dureza de un corazón encerrado en sí mismo,
sea cual sea el motivo originario de esa cerrazón, fuese cual fuese
la “experiencia dolorosa” que le llevó a esa situación. El
mismo papa respondía diciendo que podíamos hacer miles de cursos de
espiritualidad, de catequesis, de yoga, etc. pero que sólo el
Espíritu Santo es capaz de disipar, de romper esta dureza del
corazón y hacer un corazón… “‘Dócil’, dócil al Señor,
dócil a la libertad del amor”
Lo que el papa comenta no es
sino una constatación de lo que podemos ver en nuestro entorno, pero
también, y penosamente, en nosotros mismos. ¡Ojalá podamos tomar
clara conciencia de la profundidad de de esa dureza en nuestro
corazón! El papa explicaba que las personas somos infelices porque
no amamos, no sabemos lo que es la seguridad, no somos libres porque
vivimos atenazados por el miedo a algo. En nuestra inseguridad nos
atrincheramos en nosotros mismos, en nuestros círculos personales, o
en la comunidad, o en la parroquia, pero siempre en actitud de
“cerrazón”. Actitud que puede girar en torno al orgullo, la
suficiencia, el pensar que soy mejor que los demás, la vanidad, o
los hombres y mujeres espejos que se ven siempre a sí mismos
continuamente. Y, encerrados en si mismos, tratan de defenderse
creando muros a su alrededor, recreando mundos cerrados en sí
mismos. El narcisimos religioso surge de corazones duros, cerrados,
no abiertos, que se atrincheran, tratando de defenderse, tras la
letra de la ley, de los mandamientos, o de cualquier otra cosa
temerosos que les ocurra algún mal,muchas veces imaginario. En su
desamor buscan algo que les de seguridad y acaban con una seguridad
semejante a la que dan los barrotes de una cárcel, seguridad sin libertad. El papa finalizaba diciendo que
quien no ama no es libre, su corazón está endurecido porque no ha
aprendido a amar, para luego asegurar que “solo el Espíritu Santo
es capaz de romper la dureza del corazón y hacerlo dócil al Señor”.
Cuando leí esta homilía del
papa Francisco reflexioné, como en otras muchas ocasiones, sobre los
procesos de aprendizaje, cómo somos “herederos” de un sinfín de
usos y costumbres de nuestras familias, de nuestro entorno, en unas
ocasiones buenos y también, en otros muchos aspectos, lamentables. Y
la asignatura del amor no se enseña en ningún sitio. El Papa nos
dice que quien nos enseña a amar es el Espíritu Santo. Lo que pasa,
al menos hablo desde mi experiencia, es que tampoco se nos enseña a
percibir al Espíritu Santo. Sólo cuando vas conociendo personas
libres dócilmente abandonadas al hacer del Espíritu Santo, vas
descubriendo que no solo son personas santas y admirablemente libres,
sino personas que viven en un permanente enamoramiento de
Jesucristo, y entonces piensas: “yo también quiero eso”. Pensé
en cuantas personas santas, cuantos hombres y mujeres en la Iglesia
han pasado por ese maravilloso estado. Conozco algunos pero ignoro
muchos, y consideré que podría resultar interesante indagar en sus
vidas como parte de un proceso de “aprender a amar”.
Las ciencias sociales nos
ayudan a comprender que muchos de nuestros comportamientos son
“heredados”, se han aprendido en el entorno familiar o social más
cercano. Entonces si tuviésemos referencias de las personas que han
aprendido a amar, que no solo han sido felices amando, sino que con
su testimonio han dado testimonio se sentirse intensamente amadas por
Jesucristo, y se han puesto al servicio de los necesitados, nos
resultaría, tal vez, más fácil “aprender a amar” y entrar en
esa “hoguera de amor” de la que nos hablan los santos.
De pequeña me fascinaba una
colección de “tebeos”, así se llamaba entonces a los “comics”,
que se denominaba Vida de Santos. A pesar de todo, en mi
juventud acabé abandonando la iglesia y la práctica religiosa
durante años, hasta que la Misericordia divina fue reconduciendo mi
vida hasta volver al seno de la “Mater et Magistra”. Soy
conscientes que aquí y ahora, en una cultura jaleada por el
laicismo, lo que voy a decir va contracorriente, pero he de confesar
que siempre me encantó andar por el filo de la navaja y nunca me
gustó aceptar lo que consideraba indebido, por muy consensuada que
estuviera por la mentalidad de la mayoría social dominante. La
Iglesia en esta “desnortada” Europa, España incluida, no es un
valor en alza, muchos católicos no se atreven -o no nos atrevemos- a
confesarlo en público por temor a ser poco valorados, incluso
marginados. Cierto que el peso de la historia incide negativamente en
esta Iglesia de Europa, pero yo prefiero quedarme con esa poderosa
corriente de luz, verdad, belleza, sabiduría que Jesús puso un día
en manos de la Iglesia y que ella, con todas sus limitaciones
humanas, pese a los pecados de todos los que la integramos, nos sigue
transmitiendo. Y su historia está plagada de hombres y mujeres que
encontraron el sentido de la vida en el Amor, y desde él
transmitieron amor a todo su alrededor poniéndose al servicio de los
más necesitados.
Las
palabras del Papa no solo me parecen acertadísimas, sino también
una preciosa invitación a chequear mi corazón y ver que
temperatura de amor tiene. ¿Quien no quiere vivir un permanente
amor de abril y mayo? ¿Quien no quiere vivir locamente enamorado
como
vivieron –como
viven- tanto
santos en la hoguera
de amor del Padre,
del Hijo
y del Espíritu Santo?.