miércoles, 17 de diciembre de 2014

Domingo en rosa, la alegría de la salvación que llega

 
   "Nunca es tarde si la dicha es buena". Este conocido dicho de nuestro viejo y sabio refranero me viene bien para explicar como me enteré que el tercer domingo de Adviento es de color de rosa. Si rosa. Muchos es posible que lo sepan, pero como no es preceptivo utilizar los ornamento en este color, también es posible que otros muchos lo ignoren, y no se puede disfrutar de lo que se ignora. Yo voy a compartir ese descubrimiento.
 

    La ermita de Nª Señora de la Salud es una joyita de iglesia al cuidado de los Esclavos de la Eucaristía y María Virgen, comunidad religiosa muy cuidadosa de la liturgia. Pues bien, hace unos años estaba yo en su sacristía y fray Miguel me enseñó una casulla recién llegada. Me sorprendió su color, era de un precioso rosa, yo no recordaba haber visto nunca una misa con ese color. Me sorprendió mucho ver algo así. Claro que yo en materia de liturgia sé poquísimo. Los ornamentos litúrgicos del tercer domingo de Adviento son de color rosa porque es el domingo de Gaudete, y también la tercera vela de la corona de Adviento es rosa, continuó explicándome fray Miguel. A lo más que llegué, en aquellos momentos, fue a asociar mi también escaso latín, con el Gaudeamos, el himno universitario, que cantaba a la alegría. Pues mira, sí, resultó que era algo relacionado con la alegría. En la liturgia el color rosa se utiliza en este tercer domingo de Adviento para reflejar la alegría de la cercanía de la Navidad, y en el cuarto de Cuaresma, denominado Laetare, para expresar la alegría de la cercanía de la Pascua. 


    Este domingo que, precisamente, nos exhorta a la alegría de la llegada de la navidad, me recordaba cuántas conversaciones mantenidas con personas que, pese a la apariencia, no llegan, tal vez debiera decir no llegamos, a vivir esa alegría en plenitud. Lo cierto es que cuando pasen las navidades a muchos les quedará esa sensación de frustración, de nostalgia que las fiestas han pasado y no nos han traído lo que esperábamos. Como si las promesas del Adviento se nos hubiesen escapado sin enterarnos, y si embargo Jesús sigue naciendo cada Nochebuena ¿Qué sucede para que tantas personas al apagarse las seductoras luces de las grandes calles y centros comerciales, sientan de nuevo la oscuridad y la tristeza en su vidas? No es algo de lo que estamos exentos los creyentes, un inefable girón de algo nos ensombrece, en ocasiones, el alma y el corazón al día siguiente de Reyes.


    
El papa Francisco nos decía en Evangelium gaudi:

    El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado".

    Yo, -que presumo de ser católica practicante- pues he de confesar que también me paseo por el pretil de ese peligroso, pero tremendamente seductor, acantilado que es el mundo actual. Por eso me alegro que este domingo de Gaudete se me recuerde la importancia de la alegría, pero de la verdadera alegría. Cuántas veces nos reunimos con amigos y familiares, bebemos, comemos, compramos y recibimos regalos, pero al final, cuando las luces se apagan y cae el telón, sentimos que nuestro corazón sigue goteando como por una extraña herida que no cura, como si siguiese anhelando el paraíso de la Navidad de nuestra infancia. Es como si nos sintiésemos insatisfechos. Insatisfacción que, utilizando las palabras de nuestro obispo don Demetrio Fernández, viene precisamente porque hay una alegría de fuera que "cuesta cara, nos lleva a consumir y consumir, y nunca nos deja satisfechos. La alegría en el Señor es gratuita, es un don de lo alto, calma nuestra ansiedad y nos produce la paz".


   
El canto de entrada oficial de la liturgia recoge una expresión del apóstol Pablo a los cristianos de Filipos: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca” (Fl 4, 4-5)1. El apóstol de los gentiles, tras exhortales a que nada les preocupe, sino que en toda ocasión sus peticiones sean presentadas a Dios, les garantiza que “la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fl 4, 6-7). ¡Alegrate, regocíjate! me dicen los textos litúrgico de este día. Y la razón de esta alegría, me la recuerda mi obispo en su carta pastoral: "porque Dios está con nosotros, y en la preparación para la Navidad, el Señor está cerca. La Navidad que se acerca es fiesta de gozo y de salvación...La buena noticia del nacimiento de Jesús, que viene a salvarnos, nos llena de esperanza y de alegría. Nos hace más cercano el Dios que nos salva. Nos hace más solidarios2”. 


      Pero ¿qué es, realmente, la salvación? Para muchos será una pregunta tonta. Recuerdo que, en los inicios de mi conversión se la hice a una persona, una y otra vez quería explicarme la historia de la salvación. No, yo quiero que me expliques la salvación, le respondía. Pues mi caso no debía ser tan anormal, porque recientemente Monseñor Francesc Pardo i Artigas, obispo de Gerona, ha dicho que mucha gente desconoce, realmente, lo que significa la salvación Con frecuencia se desconoce la propuesta salvadora de Jesucristo y se entiende como una propuesta no salvadora, que no realiza la persona, que no ofrece felicidad y vida, que no nos acrecienta en la libertad. Es necesario redescubrir qué se nos ofrece, qué creemos, qué celebramos, qué ofrecemos y qué se nos pide”3.

   
        Mucho hay por redescubrir, como que Dios me ama, que soy el resultado de un proyecto de amor para ser feliz. Mucho que anunciar, como que la navidad es fiesta de encuentro con Dios y con los hermanos para llevarles la felicidad de Dios, el Dios que nos salva, es una alegría que nos hace vivir con la sencillez de quien se siente amado para toda la eternidad4. ¿Quien no quiere sentirse amado?
  
      Si, este domingo en rosa puede ser el comienzo del resto de mi vida en rosa, como en las -ya míticas- navidades de la infancia! Y eso era así, como en tantos niños, porque mi universo descansaba totalmente en la confianza del amor de mis padres. Pero crecí y perdí la humildad, la sencillez del niño, me creí autosuficiente ¡y así me fue¡. Dios vendrá a nosotros “hecho Niño pobre en un portal, y solo los que se hacen como niños entrarán en el Reino de Dios. Será un niño pobre, frágil y débil5


1Francesc Pardo i Artigas. Adviento es alegría. http://www.agenciasic.com/2014/12/13/adviento-es-alegria
2Demetrio Fernández. Alegres en el Señor. http://www.agenciasic.com/2014/12/12/alegres-en-el-senor/
3Francesc Pardo i Artigas. Adviento es alegría...
4Demetrio Fernández. Alegres en el Señor...
5Ángel Rubio. “Para Adviento”. http://www.agenciasic.com/2014/12/12/para-adviento/

viernes, 12 de diciembre de 2014

DE AMOR , DE LIBERTAD… DE SANTOS

La primera vez que un sacerdote me dijo que Dios quería que yo fuera santa me eché a reír, creía que era broma. Claro que entonces yo era una entusiasta conversa, pero muy ignorante. Para mi los santos eran “esos seres que están en los altares”. Nadie me había dicho, ni había leído en ningún sitio, que la santidad era algo de la vida ordinaria. Por entonces yo andaba finalizando la cuarta década de mi vida, a punto de doblar hacia la quinta, hacía unos ocho años que había vuelto al seno de la Iglesia después de muchos años de andar bastante “despistada”,  y aunque ya había recibido alguna formación doctrinal, y metido en muchos grupos de acción,  lo cierto es que seguía sintiendo algo que entonces no podía precisar ¿sed, añoranza, inquietud…? pero que me llevaba a seguir buscando por cuantos caminos se abrían e a mi paso.

Uno de esos caminos, que tomé durante las vacaciones del verano de 1999, me llevó al Monasterio de San Miguel en Liria (Valencia), y allí me encontré –hoy diría que el Señor me había preparado un suculento menú de verano- ante un sacerdote casi nonagenario que me fascinó. Me impactó de tal manera que, algún tiempo después cuando había regresado a casa, me daba cuenta que en aquel pequeño gran sacerdote yo había descubierto que la santidad existe. Para aproximarme a lo que sentí en aquellos momentos creo que vale la pena que utilice las mismas palabras que utilicé entonces para describir a don Salvador Domingo[1]:
“Desde el primer momento aquel hombre me fascinó aunque me resultaba definir las razones. De aquella frágil figura de octogenario emanaba algo poderoso. Llevaba 65 años ejerciendo de sacerdote, ya hacía  muchos que se había jubilado pero seguía en activo, colaborando con su parroquia de El Salvador, en Valencia, como confesor de algunas comunidades religiosas, con la Unión Apostólica del Clero ayudando a los sacerdotes con becas, eucaristías y oración; impartiendo retiros, convivencias y ejercicios; carecía de bienes personales y si llevaba, en aquella ocasión, una sotana nueva era porque no había podido resistirse a la presión de las mujeres que él dirigía. Se levantaba al alba y el sol le pillaba ya rezando en la capilla.
Pero lo que a mi más me impactó fue el entusiasmo con que hablaba de Jesús, como se le iluminaba el semblante cuando se refería a él, como si enamorarse de Jesús fuese lo más grande que le hubiese sucedido en su vida. Otra cosa que me impresionó mucho de él fue su humildad. En mayo de 1999 había sido nombrado Prelado de Honor de S.S. el Papa Juan Pablo II, un cargo honorífico que reconocía los servicios prestados a l Iglesia, pero él no quería que se le llamase monseñor, él había aceptado aquel honor como hijo obediente de la Iglesia, máxime cuando no era obligatorio ni el tratamiento ni llevar botones o distintivos de color en la sotana, pero era algo que no tenía más importancia. Descubrí en él algo que los hombres modernos buscan desesperadamente sin encontrarlo, aunque presumen de poseerlo: la libertad. En su amor a Cristo, en su entrega y obediencia a la Iglesia, en su donación a las personas, en su generosidad y en su humildad, en sus eucaristías y en su oración, en todo eso que tantas personas pueden considerar ataduras, don Salvador Domingo es un hombre libre, sin mas sujeción que la del amor, y el amor siempre es liberador. … Los ejercicios, las charlas, las conversaciones con aquel sacerdote me resultaban alucinantes. Al principio algunas de sus expresiones me llamaban la atención, yo procedía de unos ámbitos intelectuales y culturales muy concretos, y mi formación religiosa procedía directamente de la teología de la liberación, en consecuencia algunas expresiones religiosas más tradicionales no dejaban de sorprenderme. Recuerdo que en una de las pláticas de la tarde me dejó atónita la expresión del padre, decía que su deseo era de que saliésemos santas: “¡Que saliese del grupo una santa de oro puro!”, Y lo decía con tanto candor, tanto convencimiento, tanto derroche de bondad y amor, que no podía menos que compartir su anhelo. A fin de cuentas resultaba bonito decir que he sido creada para el amor y la felicidad; eran dos buenos objetivos para conseguir en la vida, y los medios propuestos no dejaban de ser, también, una buena terapia…La verdad es que durante aquellos días de verano me empapaba de las palabras de don Salvador como la tierra de agua tras la sequía”.
Hoy, casi quince años después, no puedo dejar de recordar aquellos días y alabar a Dios con toda mi alma es decir, reconocerle como mi Dios y Señor, como mi creador que ha diseñado un hermoso proyecto de amor para mí, que  ha ido poniendo figuras señeras de santidad en mi vida para enseñarme lo que es la verdadera felicidad.  Que yo sea un zoquete y todavía no haya ni siquiera aprobado esa asignatura es otra cuestión.
Cierto que mucho han ido cambiado mis perspectivas desde aquel verano ¡Gracias a Dios! Y si de algo estoy convencida es que los santos “tienen razón”, no la razón del mundo, la que nos quiere hacer creer que en el yo, en el dinero en el poder y el prestigio está la felicidad. No hay mas que mirar a nuestro alrededor y ver cuanto desecho humano hay víctima de esos ídolos. No hay más que mirar la vida de los santos, los de ayer y los de hoy, para darnos cuenta de quien tiene la clave de la felicidad que tanto anhelamos.
Don Salvador Domingo no solo fue un hombre totalmente libre, sino además, totalmente enamorado. Enamorado de Jesús, el icono de Dios para el ser humano. Libertad y amor, algo que perseguimos casi desesperadamente por los caminos y en los lugares más inadecuados. Los santos nos pueden ayudar en esa búsqueda, en ese caminar.
Otro día hablaremos de eso.




[1] Publicado en el periódico Iglesia en Andalucía el 1 de febrero de 2000.