sábado, 2 de enero de 2016

Los valores escondidos en El puente de los espías

Escena de la película con Marck Rylance y Tom Hanks
El puente de los espías (Bridge of Spies) es una producción norteamericana de 2015(1), basada en hechos reales, que narra como a un abogado neoyorquino, James Donovan, miembro de un prestigioso bufete y especializado en el tema de seguros, se le encarga, en plena Guerra Fría, la defensa del espía soviético Rudolf Abel, detenido en 1957. Poco después del juicio, el 1 de mayo de 1960, un avión espía norteamericano U-2 es derribado en territorio de la Unión Soviética y el piloto Francis Gary Powells capturado, hecho que el gobierno de los Estados Unidos llegó a negar, pero la CIA entra en contacto con Donovan y le encarga la negociación del rescate, para lo cual Donovan se traslada a una Alemania dividida en la que se está levantando el muro de Berlín en 1961.
La crítica cinematográfica la califica desde obra maestra a excelente pero no tanto, un ejercicio de gran cine por parte de un director que sabe narrar y crear clima de forma peculiar y brillante, es seria y apasionante, entretenida a la vez que transmisora de valores que indagan en la humanidad de los héroes. Sobre los valores cinematográficos hay espléndidas críticas que se pueden encontrar en Internet, pero yo quiero resaltar los aspectos que a mí me han gustado más.
Podríamos recrearnos en la reflexión sobre el avasallador poder de lo “políticamente correcto”, ya sea en los capitalistas EE. UU. o en la comunista U.R.S.S, un país con constitución, otro, sin ella, sobre cómo todo el aparato judicial puede sucumbir a la presión de los medios y a la supuesta opinión pública hábilmente conducida desde la cima del sistema. Pese a toda corrupción política y judicial, pese a todo, siempre hay gente que es capaz de ir contra ese “políticamente correcto” porque en su condición humana lleva indeleble el sentido de la justicia, que no es lo mismo que la legalidad. Es lo que hace de un normal padre de familia y buen profesional un “héroe”.
El agente soviético Abel Rudolf y el actor Mark Rylance
La sincera y austera amistad que surge entre dos hombres con dos concepciones del mundo no solo diferentes sino en aquel momento histórico totalmente contrapuestas y antagónicas, basada en el respeto mutuo a sus diferentes modos de pensar, no hay diatribas ideológicas entre ellos, a la fidelidad a sus propios principios, a una coherencia personal que se mantiene aún en los momentos duros, difíciles, en los que se pone en la balanza la propia vida. Donovan siempre alega como valor de cambio para su rescate que ambos acusados, Abel, el espía soviético capturado por la CIA, y el piloto-espía estadounidense capturado por los soviéticos, no han hablado ni de su misión ni de sus conocimientos, sino que han permanecido fieles a sus respectivos países, cuando podrían haber hablado y contado todo lo que sabían para obtener beneficios, como, por ejemplo, salvar la vida.
El abogado James Donovan (1916-1970)
Donovan es un abogado de seguros, un hábil negociador, su vida responde al “american style of life”, pertenece a un prestigioso bufete de abogados, tiene una familia y viven en una linda casa, el bufete en el que trabaja ha aceptado la defensa de un espía soviético capturado, el sistema americano quiere demostrar que va a hacer uso de sus leyes y someterlo a un juicio justo, pero de antemano estamos viendo que eso es mentira, que la ideología dominante en plena guerra fría le acusa y condena porque ser comunista en aquella época era como encarnar el demonio con cuernos y rabo. Desde el bufete hasta el juez tienen la condena a priori, pero Donovan tiene que defenderlo porque cree sinceramente que es su obligación como abogado defensor y hacerlo poniendo todos sus recurso profesionales a ese fin, lo que genera no solo la animadversión de todos, sino también la incomprensión familiar. Pese a su aparente fracaso como abogado, Donovan no ceja en su intento de salvar la vida de un hombre que sí, es espía, al igual que lo será el piloto norteamericano, pero que, tanto el uno como el otro, todo lo han hecho cumpliendo el mandato de sus superiores, lo que es uno de los argumentos utilizados en el no muy lejano Juicio de Nüremberg, en el que que no se midió por igual la responsabilidad de los superiores que emitían las órdenes que la de los ejecutores que las cumplían.
Es más, cuando acepta la negociación que le pide el Gobierno de los Estados Unidos, constata la hipocresía política que, en aras de la supuesta “seguridad nacional”, no duda en pedir a sus jóvenes pilotos que se suiciden antes que revelar los secretos si caen prisioneros, y que, oficialmente, no consta en la negociación. Y constata el nulo valor que tiene la vida humana para los intereses de Estado, porque cuando un estudiante norteamericano es detenido accidentalmente en el Berlín que está siendo dividido por el levantamiento del Muro en 1961, a la CIA no le importa un estudiante que, para más inri, se ha puesto a estudiar el sistema de producción soviético y estaba en el lugar y momento equivocados. Pero a Donovan sí le importa y -aquí entra en juego algo importante- no va a respetar las reglas de juego impuestas desde arriba porque no son justas, sino que parte de sus propios principios de apostar por la vida humana y mete en el juego del intercambio también al estudiante, algo que ningún responsable gubernamental acepta de antemano, pero aquí entra su principal baza, ir apelando a la condición humana de cada uno de los personajes, igual que convence al juez estadounidense de que Abel puede valer más vivo que muerto, convence a los rusos y a los de la República Democrática Alemana, no institucionalmente, sino personalmente, en el diálogo cara a cara. Cierto que no es una habilidad que todo el mundo tiene, pero es la suya y es la que pone en juego.
La situación de los personajes no es nada nueva en la Historia, el enfrentamiento entre dos imperios en el tablero de ajedrez del mundo y la utilización de las personas como simples peones a los que fácilmente se les puede suprimir en aras de la vieja razón de Estado o de la moderna seguridad nacional. Eso nos puede generar una avasalladora desesperanza, pero, aunque los seres humanos somos muy limitados, no es menos cierto que tenemos libertad de elección, es el gran ejemplo de los héroes, los personajes más admirados en literatura o en cine, porque ellos llegan a  límites extremos, en última instancia “se juegan la vida” por sus principios. Y eso impacta, como en la anécdota que le cuenta Abel a Donovan sobre el “hombre firme”, el que es golpeado una y otra vez pero no sucumbe, permanece firme.
El agente de inteligencia soviética Rudolf Abel (1903-1971)

Abel es comunista convencido pero no deja de impactarle la honesta coherencia de un típico estadounidense capitalista como es Donovan, él no tiene recursos, es un simple prisionero que permanece leal a su país, pero sabe pintar y le hará un regalo a Donovan en el que bien pudo poner toda su vida, todo su agradecimiento y toda su amistad. Todo un contrapunto de cómo la película nos presenta inicialmente a Abel, haciéndose un autorretrato.


(1) El puente de los espías (Bridge of Spies) es una producción estadounidense de 2015, dirigida por Steven Spielberg y guion de Matt Charman y los hermanos Ethan y Joel Coen. En el papel principal, Tom Hanks, como el abogado Donovan, y Mark Rylance, como el agente de la inteligencia soviética Rudolf Abel. No caen en el olvido ni la banda sonora de Thomas Newmman ni la fotografía de J. Kaminski.