martes, 7 de julio de 2015

De la amarga agua del camino al dulce caminar

Siempre admiré a los poetas por el especial don de hacer que la más triste y negra de las experiencias, se convierta en algo realmente hermoso a través de unas palabras escritas. Y por convertir la más bella de las experiencias en algo realmente sublime. Hace muchos tiempo que dejé atrás la poesía, prefiero la prosa, excepto la lectura puntual de algún poeta. No obstante hay un tipo de poesía que me sobrecoge cada mañana, es la de los salmos y la de los himnos que encabezan los diversos tiempos del día desde la liturgia de las horas.

No se indica quien es el autor al pie de cada himno, pero una tarde quedé especialmente impactada por un himno, que llevo años y años leyendo, pero que aquella tarde, miércoles de la semana I, parecía especialmetne escrito para mi alma.
 
Amo Señor tu sendas, y me es suave la carga
que en mis hombros pusiste;
pero a veces encuentro que la jornada es larga,
que el cielo ante mis ojos de tinieblas se viste,
que el agua del camino es amarga, es amarga,
que se enfría este ardiente corazón que me diste;
y una sombría y honda desolación me embarga,
y siento el alma triste y hasta la muerte triste...
El espíritu es débil y la carne cobarde,
lo mismo que el cansado labriego, por la tarde,
de la dura fatiga quisiera reposar...
Mas entonces me miras... y se llena de estrellas,
Señor, la oscura noche; y detrás de tus huellas,
con la cruz que llevaste, me es dulce caminar.


Cuando acabé de rezar Vísperas me fui a Internet e introduje el primer verso del himno: “Amo Señor tu sendas, y me es suave la carga”. A la primera opción me salió el autor, José Luis Blanco Vega, un sacerdote jesuita.

El himno expresa nítidamente el agua amarga de un caminar con el que llevo largo tiempo. Un tiempo en el que los días no dejan de pasar volando, pero llenos de un profundo dolor que no se explicar de donde viene. Tal vez de los desencantos de la vida, de la constatación de mi pereza para las cosas de Dios, de la dificultad de la vida pastoral, de las relaciones con las personas y los grupos, de ese sentir como si todo me resbalase, que nada me motiva y nada me entusiasma. Y el mayor desasosiego es sentir que no sientes nada, como si hasta la fe te fuera ajena. Esos días en que no me gusta mi cruz y vivo como si la vida fuera un sinsentido y pese a la hermosura de los paisajes y las cosas pasas por los caminos como si todo fuera un puro desierto. Piensas en la decisión de seguir a Jesús, de vivir en la voluntad del Padre y sin embargo tu alma parece un pedernal que no se conmueve ante nada y solo percibes el profundo cansancio de la existencia, y no puedes descansar. Como dice este poeta “un sombría y honda desolación me embarga y siento el alma triste ...”. Intento recordar uno de esos días en los que miraba y me sentía mirada por el Señor, y la noche se llenaba de miríada de luces. Se que hoy no es uno de esos días, pero se que el Señor me mira y pongo toda mi voluntad en afirmar que algún otro día lo volveré a sentir. Me duelen los hombros de mi propia cruz, posiblemente liviana, pero sigo, si no en un dulce caminar, casi. Mañana, tal vez lo sea. Y mientras espero confiadamente eludo la desesperación.